Una vida entregada a la liturgia

Me ha gustado esta entrada del teólogo granadino José María Castillo en su blog. Lamenté mucho cuando cerró el primero que tenía donde los comentaristas atacantes armaban grandes zapatiestas. Una pena, era un lugar de encuentro de gente sensata de ambas orillas del océano atlántico. Se ve que tiene cosas más interesantes que hacer que llevarse disgustos y moderar a los trolls. Siempre hay reventadores, les molestan enormemente la gente decente y sensata y procuran o ganársela para la causa o echar abajo todo lo que sea decir las cosas claras.

En la entrada a la que me refiero habla de un libro que ha escrito sobre una nueva forma de hacer teología popular y plantea la cuestión de que a partir de los 12 años se pongan como se pongan los mayores, se observa que los niños españoles se alejan en general de la misma. Hacen falta testigos de fe, no estudiarse libros de religión encima editados por las editoriales opus, y ya si el profe o la profe es otro Opus más redondo. Qué país.

La fe se transmite cuando se vive, y cuando no se vive de fe las clases de religión son contraproducentes. De todo lo que dice Castillo me voy a permitir poner aquí un párrafo sobre las personas religiosas y los ritos que me ha llegado al alma. En un blog con esta temática no podía faltar un párrafo tan aclaratorio. Por otra  parte he descubierto más capítulos de la vida de Castillo muy interesantes. Ya creo que señalé que fue desposeído vilmente de su cátedra en la facultad de teología de Granada, de la noche a la mañana. Sus superiores no lo defendieron frente a las exigencias de Ratzinger, entonces inquisidor general (con otro nombre más bonito). Sin proceso, sin papeles, sin dar oportunidad de defenderse. "Que se vaya" y que se fue. ¿En la iglesia no hay otra cosa que ...? eso parece. Lo cuenta en esta entrevista. A partir del minuto 8 más o menos.


Antes del texto de los ritos, otro evento destacado de la biografía de Castillo es su intervención en uno de los mejores momentos de la iglesia española que el Opus se molestó en reventar. Ya conté como maniobraron un sábado por la tarde en la Congregación del Clero para parir un supuesto documento romano de desaprobación. Vaya historia que cuenta el cardenal Tarancón en sus memorias y que a juzgar por sus afirmaciones sobre el Opus, ni siquiera los teólogos más destacados de este país se han leído. Me refiero a su forma de contestar cuando se le nombra la prelatura personal.

Pero paso ya al párrafo que tanto me ha gustado. Nosotras que nos pasábamos la vida amontonando partes del rosario, acordaos y jaculatorias. Eso nos decían que había que hacer. Todas hemos asistido a miles de bendiciones, misas, rosarios, consagraciones, romerías, oraciones de la mañana y de la tarde, quita ornamentos, pon ornamentos, plancha, lava y pliega. Una vida entregada a la liturgia. No creo que nos ganen muchas monjas de clausura. Todo ello en medio del mundo, que conste.

Gracias a Jose María Castillo por este párrafo iluminador sobre el propio pasado:

"Dicho esto, es decisivo caer en la cuenta de la distancia que Jesús mantuvo siempre en su relación con la exacta observancia de los ritos. No olvidemos que “los ritos condensan todo el sistema de signos de una religión” (G. Theissen). De ahí que, en este asunto, hay que afrontar el problema del comportamiento que, con tanta frecuencia, caracteriza a las personas religiosas. ¿En qué consiste este problema? El ámbito primario del comportamiento del “homo religiosus” es el “rito”, no es el “ethos”. Es decir, las personas muy religiosas suelen centrar más su atención y su interés en la exacta observancia de los ritos que en las exigencias que se derivan del Evangelio y que se deben traducir en bondad, respeto, tolerancia y ternura con todos. ¿Por qué esta prioridad del rito sobre el ethos en el homo religiosus? Porque los ritos son acciones que, debido al rigor en la observancia de las normas, constituyen un fin en sí (G. Theissen). Ahora bien, desde el momento en que ocurre eso, el interés del sujeto se centra en la observancia, en las normas básicas que son vinculantes para todos y que constituyen el kosmos, el “orden”, que ofrece seguridad y libera del miedo al kaos, el “desorden”, que se traduce en violencia. Ésta es la razón por la que la Religión es “orden”, en tanto que el Evangelio es “desorden”. Jesús, de hecho, fue condenado y ejecutado como un subversivo y un agitador (Jn 18, 30; 19, 12; Lc 23, 2. 5). He aquí la razón que explica por qué la gente muy religiosa - y no digamos los “profesionales” de la Religión - con frecuencia producimos y reproducimos pautas de conducta de una violencia reprimida que no imaginamos. Una violencia de la que casi nunca somos conscientes. Pero una violencia que llevamos dentro y de la que no tenemos ni idea e incluso ni la sospechamos. El Evangelio es una clave capital de lectura para la toma de conciencia de este fenómeno tan singular como desconcertante.



Pongo este botafumeiro en recuerdo de tantas bendiciones con el santísimo en el que encender el carboncillo era todo un arte, y luego fregar el chisme donde se había echado el incienso con el estropajo, después de tirar el carboncillo convenientemente apagado bajo el grifo. Qué colocones de mirra... La semana del Corpus Christi era temible para la encargada del oratorio, qué trajín con carboncillos, plancha de roquete, colocación de todo y luego guardarlo. Mientras la vida corriente iba pasando y tú preocupada por los carboncillos y las dobleces de los amitos. 

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